viernes, enero 20, 2006

CONTRA CERVANTES



Bruno Marcos

Babieca.- Metafísico estáis.
Rocinante.- Es que no como.

La interpretación general tiende a una simplificación de el Quijote por la cual, como libro, se entiende que defiende lo utópico, es decir que el objetivo de la obra es ensalzar al Quijote, el personaje; cuando su gran intención, como libro, muy al contrario, es hacer a la gente desternillarse con sus locuras, burlarse de sus buenas intenciones al chocar con la realidad humana que no es, especialmente, malvada sino, simplemente, aburrida.
En las infinitas adaptaciones que se han hecho -se hacen y se harán- de la historia del caballero andante se suele omitir la figura del narrador y, con ello, se trastoca totalmente el tono de la obra.
A la parodia general de los altos ideales le acompaña otra más feroz y, a mi juicio, que ha producido más efectos, aquella que ataca a la imaginación. Véase ese sacrilegio, innumerables veces aplaudido, de la quema de libros.
Ese fuego lo inició el corrosivo realismo que se implantó en la España de la crisis posterior a la euforia del descubrimiento de América y que ya no nos ha abandonado.
El sentido bio-heroico de la vida toma cuerpo en la propia biografía de Cervantes, narrada al detalle pero sin comentar cómo el genio pasa de ser un hombre de acción a ser un hombre de letras. ¿Cuál fue esa circunstancia? Sin duda alguien -muchos- la habrá teorizado.
Responde nuestro autor a Avellaneda en el prólogo de la segunda parte de el Quijote enojado, no por la usurpación de la historia, sino por dos acusaciones, la de viejo y la de manco. A esto contesta Cervantes: “lo que no he podido dejar de sentir es que me note de viejo y de manco, como si hubiera sido en mi mano haber detenido el tiempo, que no pasase por mí, o si mi manquedad hubiera nacido en alguna taberna sino en la más alta ocasión que vieron los siglos”. Su propia heroicidad, demostrada en la batalla en la que sale, aun con fiebre, al combate y en las innumerables fugas que acaudilla en el cautiverio de Argel -si fueran en su totalidad cosas ciertas-, demuestran que nuestro escritor era, o había sido, en cierto modo, un Quijote de la España decadente.
El Lazarillo de Tormes, La Celestina, El Buscón, el esperpento de Valle, ¿qué son sino las cimas de nuestra literatura y, además, una literatura realista hasta las heces?¿Hasta qué punto esa pulsión realista era un contrapeso a la religiosidad profunda de nuestra piel de toro?¿Pero, incluso, no ha sido esa religiosidad, también, como dice Valle, en España, una figuración chabacanamente figurativa, visual, realista: “La Vida es un magro puchero, la Muerte, una carantoña ensabanada que enseña los dientes; el Infierno, un calderón de aceite albando donde los pecadores se achicharran como boquerones, el Cielo, un kermés sin obscenidades a donde, con permiso del párroco, pueden asistir la Hijas de María.”
Así, en el paso del Cervantes héroe al Cervantes literato, se fueron nuestras fantasías. La suplantación del acontecimiento por su parodia abre esa metaliteratura que rezuma en el Quijote (Cide Hamete Benegeli, las querellas con Avellaneda, el saberse los personajes ya personajes...) y que, junto con el distanciamiento y la intraliteratura (digresión), serán lo que ocupe el lugar de la imaginación imaginativa para erigirse en esa otra imaginación que, un poco despegadamente, llamamos, hoy, ficción.
¿No se habrá convertido ese duro realismo en un patología en sí mismo que imposibilita la mejora de la vida “real” haciendo uso de la imaginación?

2 Comments:

Anonymous Anónimo said...

estás hecho un Quijote del blog.
un saludo desde la Pola

enero 20, 2006 12:01 p. m.  
Anonymous Anónimo said...

da un paseo por el diario de nuestro amigo,me da coraje

enero 20, 2006 7:18 p. m.  

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